viernes, 2 de enero de 2015

SABER DECIR ADIOS

     Estos días hemos tenido que decir adiós varias veces. Primero en Karaku Dassi donde fuimos con nuestro arzobispo de Asturias, Don Jesus y su secretario Manuel. Fue una celebración llena de alegría, después de visitar a los enfermos y comer juntos, danzar y sentir el gozo de que el Enmanuel estaba en medio de nosotros con toda su debilidad. El nos da el poder sabernos hijos de Dios y hermanos de todos, especialmente de los más pobres y sencillos. Llegaba el momento de partir y todos alzaron las manos para en un acto espontaneo y comunitario decirnos adiós, hasta la próxima.
       Ese mismo día hemos ofrecido la eucaristía por Andrés, el catequista de Angar, que venía de fallecer. Es uno de los primeros catequistas de esta parroquia de Bembereke. Decirle adiós nos rompía el corazón al recordar cómo fue catequista a pesar de una fuerte oposición de las gentes de su pueblo cuando se hizo cristiano y aún mayor cuando decidió marchar para formarse como catequista. El había salido hace tiempo de su pueblo y había venido a nuestra parroquia donde se mostro un hombre realmente entregado y fiel a su labor evangelizadora. Ahora ya estaba pensando que era ya mayor y que debía volverse a su pueblo, pero no lo quería hacer hasta que la comunidad no encontrara otro hermano más joven que se decidiera a reemplazarle como catequista. Cuando otro más joven, Boni, se preparó y ya comenzó a compartir esta tarea, el Señor llamó a Andrés no a volver al pueblo de esta tierra, sino a gozar del lugar que Él le ha preparado en el cielo desde toda la eternidad. Andrés descansa en ese gozo y ayúdanos a nosotros a ser igualmente fieles a nuestra misión hasta que entremos a gozar juntos de Aquel que tanto nos ama, a danzar en la fiesta del Reino que Dios ha querido regalarnos.

       Y hoy dos de Enero después de decir adiós al 2014, hemos dicho adiós a Don Jesús y a Manuel. Las despedidas dejan una cierta nostalgia en el corazón, que siente el recuerdo de lo vivido juntos. Pero es también un tiempo de gracia, para hacer como María recoger todo en el corazón e ir descubriendo que en Jesús siempre hay que comenzar de nuevo sin mirar hacia atrás.

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